24.6.04

EL PAIS QUE NO FUE

Por Luis Alberto Lecuna

Los nervios me impidieron seguir frente al aparato de TV para seguir viendo el segundo tiempo. Es que empezó para el infarto: a los veinte segundos, el árbitro expulsa a Vargas, y a los pocos minutos, llega el tremendo patadón de Lucho González, y con él, el empate de River.

Por eso fui a mi escritorio, encendí el ordenador y me puse a jugar on line al scrabble. De todas maneras se escuchaba nítidamente la voz del relator desde algunos de los televisores o radios encendidos por cábala en toda la casa.

En un momento, me percaté que me encontraba trilocado, esto es, en tres lugares a la vez. Estaba en www.cyberjuegos.com jugando a las cruzadas con una española de nick “Arantxa”, también estaba acompañando con el sentimiento a un grupo de jugadores xeneizes que por decisión de Castrilli estaban solos frente a setenta mil simpatizantes millonarios, y por esas cosas de la mente que no está sujeta a atadura de ningún tipo, también me había transportado a mi niñez, a partir de una pregunta que me había hecho a mí mismo, surgida de la combinación de una palabra escrita en el scrabble, y del partido de fútbol que antes veía, y ahora sólo escuchaba. La palabra escrita horizontalmente en el tablero por Arantxa era “país”.

País. Nuestro querido país... Ese país que pudo ser y no fue. Este país que es como ahora es y que nos duele por estar como está. El país que guardan en sus sentimientos más profundos los argentinos del exilio, aquellos que por ejemplo leen estas páginas desde algún lugar de California, de Miami, o de la española Costa del Sol...

Esa Argentina que tantos quisieran que cambiara, que tuviera un futuro predecible, expectativas ciertas de estabilidad y progreso. Una Argentina ideal a la que todos volverían de buen gusto, porque la mejor posibilidad de bienestar económico en el extranjero, no siempre compensa la nostalgia, las salidas con los amigos del barrio, los asaditos del fin de semana, y ese “no sé qué” de la patria lejana.

Porque por más que se consiga en Europa o EEUU yerba, dulce de leche, alfajores Havanna, o alguna carnicería argentina, no es lo mismo. Todos, los que estamos acá o allá, añoramos un país seguro, culto y educado, con un sistema de salud digno. Una patria que nos enorgullezca, y no esté en los esporádicos titulares de los diarios internacionales sólo por noticias catastróficas. Todos deseamos que nuestro país recupere las características de progreso que alguna vez tuvo, y que irremediablemente perdió, y que vaya uno a saber cuánto tiempo pasará para que vuelva a tener.

Y la pregunta que me hice fue “¿Por qué soy hincha de Boca Juniors?”

Automáticamente ví al chico que fui, jugando a la pelota en el patio del colegio salesiano de Mar del Plata... En esa época y debido al inevitable exitismo infantil, hubiera sido inconcebible que fuera de River como mi tío Luis, o de San Lorenzo, como mi tío Coco, o como Independiente, el club de mi papá. De hecho son muy pocos los argentinos que se hicieron hinchas del club de Núñez durante los 18 largos años que van desde 1957 hasta 1975 y en los que el título de campeón nacional le fue iteradamente esquivo. En cambio, Boca siempre daba satisfacciones, y en el colegio, al comentarse los éxitos del domingo anterior, el camino a ser hincha de Boca era un camino expedito y sin escollos: Campeón en 1962, 1964, 1965, 1969... Era el Boca de Roma, Simeone, Rattín, el “Tanque” Rojas, “Rojitas” y Paulo Valentim... Era la época de los chupetines “ChupeTucho” y de las figuritas “Fulbito”, cuyo álbum logré completar, y así pude tener la ansiada pelota “Número 5” de cuero...

La década del sesenta era para esos niños que éramos, pletóricos de vida e ilusiones, una década promisoria de tiempos mejores. Habíamos comenzado con un presidente constitucional elegido democráticamente, y su Ministro de Economía y de Trabajo (cuya pequeña hija no sabía entonces que iba a posar semidesnuda en un hebdomadario de circulación masiva y más tarde terminar en la cárcel por no poder demostrar que su enriquecimiento “no fue ilícito”), nos decía que debíamos ajustarnos el cinturón y que “había que pasar el invierno”, para acceder a una mejor Argentina, a un futuro próspero para todos...

La presencia de la cultura norteamericana seguía tan vigente como desde la misma irrupción mundial de Hollywood con su industria cinematográfica, y si bien no habían nacido ni Brad Pitt ni los fantásticos films de Steven Spielberg, se apreciaban en la pantalla grande “Amor sin Barreras”, “Lawrence de Arabia” o “My Fair Lady”, y a artistas de la talla de Sofía Loren, Rex Harrison o Julie Andrews. Pero había una diferencia sustancial con esta Argentina defaulteada y mediocre del nuevo siglo: El folklore nacional brillaba en todo su esplendor, y no había chico que no tuviera su guitarra, para entonar las nuevas zambas y chacareras que brotaban como agua de manantial: “Trago de Sombra”, “Guitarrero”, “Puente Pexoa”, “Sapo Cancionero”...


Y si bien el discurso de nuestros padres y maestros era el mismo, en el sentido de que su generación “había fracasado” y ya no vería a la “nueva Argentina”, el mensaje era que “ya llegarían tiempos mejores”, y que en nosotros, que representábamos el futuro, estaba depositada la esperanza de una Argentina mejor ...

¡Cómo se equivocaron!

La realidad es que a la distancia, sin haber imaginado nuestros docentes y progenitores lo que vendría, la vida que vivimos en los sesenta, hoy suena a paradisíaca, más allá del “Club del Clan” y los inviernos de Alsogaray, y gracias a los Beatles, el “flower power”, al amor a la patria, y a una estabilidad económica y un futuro inmediato mucho más predecible que el actual. Era la época en que se podía ahorrar, y un argentino medio podía cambiar todos los años su auto, entre los que ofrecía “Industrias Kaiser Argentina”

Estábamos más educados, había atención hospitalaria de muchísima mejor calidad, había más respeto entre la gente, más cuidado por los espacios públicos, quizás mayor solidaridad, y teníamos un presidente (Arturo Frondizi), que según los expertos de hoy, fue el mejor presidente que tuvimos los argentinos: un verdadero estadista, con un equipo que diseñó un verdadero plan estratégico, que se preocupó y ocupó en desarrollar el país más allá de la complejísima coyuntura interna y externa, hasta que los golpistas de siempre se lo permitieron...

La expansión industrial que propuso el desarrollismo logró incorporar tecnología y capitales extranjeros lo que permitió la evolución de la industria pesada y semipesada, y del aparato productivo. Una Argentina con industrias de bases, con PyMEs florecientes y un febril desarrollo fabril, que se extendió con sus vaivenes a lo largo de toda la década, más allá de que en 1962 un golpe militar acabara con la presidencia de Don Arturo (Frondizi), como lo volvería hacer en el ’66 con el otro Arturo (Illia).

La picardía del mellizo Guillermo me trajo al presente. El grito de mi hijo menor me acercó al televisor, para ver cómo el pretexto de los proyectiles arrojados por la hinchada, le sirvieron a Barros Schelotto para enfriar el partido y calentar a los de River, con Hernán Díaz a la cabeza.
Entonces se sucedieron 8 minutos para el infarto cardíaco masivo y la muerte súbita: Amarilla al mellizo - Rojas que se va lesionado - Astrada que se apuró en hacer los cambios y no puede reemplazarlo - Sambuezza (versión vernácula de Pee Wee Herman), que insulta al linesman Taddeo y por eso es expulsado - El Gol de Tévez - la expulsión de Tévez....

Otra idea disparatada me vino a la cabeza... ¿Cómo sería hoy un Boca-River como el que se estaba jugando, si se hubiera concretado la esperanza de nuestros mayores de los sesenta de una Argentina próspera, y después de cuarenta años de crecimiento sostenido, en vez de una nación emergente y periférica que exporta jugadores, fuera hoy un país del primer mundo que importa jugadores como España o Italia? Imagine el lector un Boca-River con los jugadores de ambos equipos que migraron al fútbol europeo, con más el refuerzo, por ejemplo de Zinedin Zidane, Henry, Ronaldo y Ronaldinho?

Pero la realidad es otra. País de contradicciones profundas, Argentina parece no tener la capacidad de generar instancias superadoras de las continuas antinomias que se dan desde su misma gestación, y que retardan ab aeternum su siempre postergado camino de progreso: morenistas o saavedristas, unitarios o federales, azules o colorados, peronistas o antiperonistas, Alfonsín o Menem, De La Rúa o Chacho-Alfonsín, Menem o Duhalde, y ahora, para no ser menos, Duhalde o Kirchner, que en vista de la conquista del poder en la estratégica provincia de Buenos Aires (decisorio terreno de batalla de la pretendida contienda ente la vieja y la nueva política), parece ser que cada hueste cuenta con sus propios piqueteros: los piqueteros kirchneristas de D’Elía, y según el propio D’Elía, los piqueteros duros de Castells, que son funcionales a Duhalde para desestabilizar el poder que se ha sabido construir Kirchner, desde el tibio 22% de votos presidenciales, hasta el actual 84% de aceptación por parte de la opinión pública.

¿Hasta cuándo durará este idilio del electorado con Kirchner? A nadie le conviene que a Kirchner le vaya mal, salvo a quienes alientan la esperanza de convertirse en presidente de los argentinos del post-kirchnerismo. Si el país crece, si ese crecimiento se evidencia en la calidad de vida de la gente, si se empieza a ver que además de la tarea permanente de crear poder, se piensa en el país de los próximos 5, 10 y 15 años, si se ve que se planifica estratégicamente, la confianza en Kirchner se mantendrá firme y sostenida.

Si se persiste en cierta adolescente actitud de rebeldía setentesca y no se gobierna con reformas de base y planes de desarrollo estratégico y bienestar que involucren a la totalidad de los argentinos, se habrá tendido nuevamente como con los anteriores presidentes de esta democracia tan magra en resultados, a repetir los errores del pasado, logrando nuevamente la paradoja y el triste mérito de que un “futuro mejor” lo hayamos tenido en algún momento del pasado.

Como tantos argentinos, crecí escuchando en mi infancia, adolescencia y vida adulta, que “ya vendrán tiempos mejores”. Pero la dolorosa realidad, es que con el correr de los años, cada vez estuvimos peor. Por eso la diáspora, por eso tanta desesperanza, por eso tantos argentinos buscando nuevos horizontes en países más creíbles, por eso tantos argentinos que se destacan en otros lados y añoran la posibilidad de volver a su patria, cuando la misma ofrezca signos inequívocos de que las cosas han definitivamente cambiado para bien.

Ojalá Kirchner no sea más de lo mismo, su discurso de cambio se concrete en la realidad, y la política clientelística y prebendaria no se lo fagocite, al tener que pactar con ella, para poder sostener la gobernabilidad.