1.10.05

Contrastes y Utopías

Desde aquél espejismo primermundista del “deme dos” instaurado en los setenta por Alfredo Martínez de Hoz y reeditado en los noventa por Domingo Felipe Cavallo (cuyas consecuencias seguimos padeciendo bajo el rótulo de deuda externa), un anhelo compartido por no pocos argentinos, ha sido el de pasarse unos días de vacaciones en EEUU.

Las razones son harto evidentes: el mundo de fantasía que representa un viaje al gran país del Norte no se limita a Disneyworld, sino a esa posibilidad de desenchufarse de los eternos problemas que supimos conseguir, y poder por ejemplo, pasar durante el invierno argentino uno bellos días de playa en algún lugar de la Florida, adquirir el último aparato electrónico que no se consigue en Argentina (y menos a ese precio tan económico), salir de shopping en un excelente auto alquilado muy barato, generalmente un último modelo que sería imposible de tener en nuestro país debido a los costos e impuestos que siempre hubo sobre los automóviles importados, y por encima de todo, cargar las pilas para volver a enfrenta los avatares de vivir en un país tan hermoso como terrible como el nuestro.

El turista argentino se sienta al volante de ese impecable símbolo fálico con cuatro ruedas y olor a nuevo, se coloca el cinturón de seguridad que no se coloca en Buenos Aires, y comienza a transitar placenteramente una highway, con el aire acondicionado al mango, y sin salirse de su carril (Ya llegará el momento de hacer arriesgados zigzags en la ruta Panamericana y a exceso de velocidad, cuando vuelva a los pagos).

Las tiendas y malls cuyos carteles el viajero va observando a los lados de la ruta, gozan de las mismas proporciones gigantescas del american way of life: todo es amplio y generoso: los shoppings, los estacionamientos, los autos de gran cilindrada…

Irremediablemente, el turista realiza desde su subconsciente, comparaciones odiosas entre la realidad que dejó por unos días, y la que está disfrutando en ese momento.

Desde los setenta hasta no hace mucho, charlando con otros latinos que eligieron EEUU como el lugar para vivir el resto de su vida, el turista-tipo se informa de que gracias a un sistema crediticio a largo plazo, la gente puede adquirir una casa, el imprescindible automóvil, y todos los elementos para el confort. Nuestro turista recuerda que en algunas ocasiones eso pasaba también en Argentina, cuando los bancos no estaban enrolados en un sistema ominoso y voraz como el de los últimos tiempos, en los que fue imposible acceder a créditos blandos o al menos razonables.

Harto de sentirse bombardeado en nuestro país por las noticias sobre secuestros extorsivos, robos, asaltos, y otras delicias de la inseguridad colectiva (noticias que él considera especialmente exacerbadas por los medios de comunicación vernáculos, porque el morbo “vende”), escucha de boca de cubanos anticastristas y de inmigrantes legales e ilegales, las maravillas de un país que por ser la máxima potencia mundial, siempre brindó seguridad, eficiencia, y posibilidades ciertas de progreso económico como una de las formas más tangibles del alcanzar la felicidad que su Constitución promete.

Pero si nuestro turista argentino, además de entrar en la inevitable fiebre consumista alentada por las ofertas de productos excelentes y económicos, se dedicara a investigar un poco más en profundidad la idiosincrasia made in USA, descubrirá que es una tierra de profundos contrastes: fundamentalistas y progres, estrictos religiosos puritanos y los mayores productores de la industria pornográfica, el paraíso de la libertad y una acción de control de la información ejercida por el Estado y acatada por la inmensa mayoría de la prensa, una lucha liberal por mantener el estado de bienestar y la firme intención gubernamental por implementar recortes en el área social, el esfuerzo por mostrar y demostrar que se es la policía del mundo, y el esfuerzo por exigir que no se gaste tanto dinero de los contribuyentes en guerras preventivas y se piense más para dentro del país, el doloroso costo vivido en carne propia de mantener un mundo unipolar, o la necesidad de replegarse y convivir en un mundo multipolar.

No obstante, el turista argentino pensante (que también los hay), se maravilla de que la libertad de expresión en democracia en EEUU tenga entidad real, al leer por ejemplo declaraciones de un intelectual como Noam Chomsky que se anima a decir en su propio país que “los norteamericanos somos moralmente culpables de haber desatado la cólera de los condenados de la tierra”.

Porque claro, el número que ya todo el mundo conocía para discarlo en caso de una emergencia (911), se transformó es una bisagra en la historia del país. El 9/11 EEUU ingresó a un lugar del cual nuestro turista ya forma parte desde hace tiempo: el club de los países inseguros. Y la vuelta de tuerca en este sentido, vino con nombre de mujer: Katrina, y con una dato desconocido: el país tiene su propio patio del fondo, pobre, desempleado, con evidentes resabios de racismo e intolerancia, donde parece estar demostrado que las estadísticas del Estado de Bienestar no son absolutamente fidedignas.

Los agoreros del gran país del Norte, los que se regodean con la idea de que el imperio caiga porque lleva en sí mismo el germen de su propia destrucción, no entienden de la impresionante capacidad que tiene de reciclarse constantemente y auto transformarse. Ese tremendo dinamismo capitalista no termina de ser entendido por muchos, y de allí sus falsas apreciaciones. Tampoco entienden los críticos del consumismo exacerbado, que ésa es una forma de hacer patriotismo, porque al comprar y comprar, se está favoreciendo la industria nacional y el mantenimiento y creación de fuentes de trabajo. Desde luego, no faltará algún pícaro que pregunte con fingida inocencia: ¿Y entonces por qué todo lo que yo compro dice “made in China”?

La curiosidad por saber más de ese gran país de grandes contrastes, lo lleva a leer en un periódico latino que la inmigración hispánica, predominantemente mexicana, no sólo ha hecho que la mayoría de la población de Texas sea de ese origen, sino que también a los tradicionales enclaves latinos como la Florida o California, ahora se le esté sumando algo atípico: la llegada de requerida mano de obra hispánica para el comercio, la gastronomía y la construcción en los estados del Noreste: Pennsylvania, Connecticut y Massachussets.

Ratificando la cada vez más importante presencia hispana, en un McDonald’s escucha en la mesa contigua cómo en tono vehemente y jocoso a la vez, un mexicano progre afecto a la cópula le dice a unas amigas recién llegadas de Distrito Federal: “Ustedes deben colaborar generosamente con la revolución, porque la invasión la estamos realizando no con las armas, sino con el vientre de nuestras mujeres…”

Cuando vuelve a Miami después de unos días en Disney, intima con el chofer de la camioneta que lo lleva al aeropuerto de Orlando, y en un momento de la conversación el cubano-americano le dice con absoluto convencimiento y naturalidad: “¿Y tu crees, chico, que si nosotros necesitamos la Patagonia no la vamos a ocupar?

Pero sinceramente, nuestro turista no está en EEUU para enojarse, discutir, y menos para pensar demasiado, porque viajó para pasarla bien, para tomar sol, para divertirse, y porque consciente de su imposibilidad de cambiar el mundo, su prioridad existencial no pasa por la geopolítica, sino por mostrarle a sus amigos cuando vuelva, el último cacharro electrónico que compró a precio regalado.

Entonces vuelve a alquilar un estupendo auto, y observa que el galón de combustible aumentó sensiblemente en los pocos días que estuvo en Disney. Hace este comentario en el lobby del hotel antes de ir a la playa, y se arma espontáneamente un diálogo entre él, un conserje mexicano y un botones cubano. Allí se entera de que EEUU siendo el 5% de la población mundial, consume casi la cuarta parte mundial de petróleo, más de 8 veces el petróleo que produce… Que más de la mitad de los automóviles son de gran cilindrada, y que la de EEUU es una economía basada en el automóvil y el petróleo. Por eso las grandes extensiones, por eso la importancia de los vehículos para trasladarse de un lado a otro, por eso la facilidad de acceder crediticiamente a un carro, por eso la temprana edad en que se puede adquirir la licencia de conducir.

Nuestro turista, poco interesado en ese momento en la problemática nacional estadounidense, y más enfocado en pasarse por el cuerpo el Hawaiian Tropic que recién compró y pasar el día de playa, no tiene mejor idea que despedirse de la animada charla circunstancial con una pregunta: ¿Pero no es que el alto consumo de combustibles es el que general el calentamiento global y los desastres naturales como Katrina?
Bueno chico – le dice el cubano- si quieres ser catastrófico, recuerda que California puede desaparecer si se profundiza la gran falla geológica sobre la que está apoyada…
“Ni me lo recuerdes – acota el mexicano – Mi familia está repartida entre Tijuana, San Diego y Anaheim… Y si me pongo a pensar que la hipótesis de la CIA es de que en menos de 5 años hay un 50% de posibilidades de que los terroristas arrojen una bomba atómica en los EEUU, ya tendría que volverme a México…”

De vuelta de la playa, y pasados ya quince días de relax y shopping, empieza a sentirse aburrido de tanto consumismo, y comienza a extrañar a su familia, a sus afectos, a sus amigos del café, a las callecitas de Buenos Aires, y a esa agridulce costumbre de leer el diario a la mañana, con alguna noticia que seguramente lo llenará de indignación y le envenenará el estómago.

Al volver a Argentina, bronceado, relajado, con los últimos chiches cibernéticos y digitales que logró pasar sin inconvenientes en la Aduana, el reciente visitante del gran país del Norte se entera de que debe hacer con urgencia un trámite en un municipio del conurbano al que pertenece una discreta casita de fin de semana que tiene en una zona de quintas, y que religiosamente es visitada por atentos ladrones al menos una vez al año.

Entonces enfila hacia la Panamericana, y goza del inenarrable placer de manejar a 150 kilómetros por hora, haciendo zigzag entre coches cuyos conductores raramente tienen colocado el cinturón de seguridad, y yendo preferentemente por el carril de la derecha, que si bien es el designado para manejo lento, es por el que inexplicablemente se va más rápido. Con una sonrisa difícil de explicar, entre resignada e irónica, se dice para sus adentros: “Esto, en los EEUU no se consigue….”

Conforme avanza por el municipio bonaerense donde está empadronada su casita, nota la diferencia con su barrio de Buenos Aires: autos desvencijados, de modelos de los ’70 y ’80, micros destartalados, casas pobres, de paredes descascaradas y sucias, perros hambrientos deambulando sin rumbo, chicos pidiendo limosna, calles de tierra, otras en las que alguna vez hubo pavimento, puestos callejeros en las inmediaciones de la estación de tren, estridente música de cumbia villera atronando el ambiente, paredones empapelados o pintados con leyendas que dicen que Chiche es mejor que Cristina y viceversa, y gente con el rostro desencajado padeciendo la misma pobreza o indigencia que motivó a lo largo de la historia, la partida de tantos latinoamericanos que se fueron como pudieron a vivir a EEUU, por derecha o por izquierda, escapando del hambre y la miseria, y en busca del sueño americano.

Un par de cuadras en contramano por una calle sin señalizar adecuadamente, dos agentes municipales que lo detienen y secuestran su auto, subiéndose al mismo contraviniendo la ley, usurpando la propiedad privada haciéndose llevar hasta el corralón municipal, y nuestro argentino, que no muchas horas antes regresaba de tomar sol en South Beach, ahora está viviendo una pesadilla que decidió tomar con soda, perdiendo tres horas, yendo a pie 10 cuadras hasta el tribunal de Faltas -un edificio precario con más vocación de tapera que de inmueble- abonando la multa, y volviendo finalmente en su auto a la capital federal, preguntándose después de tantas experiencias diferentes, dónde está la felicidad, porque en su fuero íntimo, hasta ahora no la ha encontrado.

Y él, finalmente, está absolutamente convencido de que encontraría la felicidad si pudiera vivir en su país, en esta hermosa Argentina, en orden, justicia, seguridad, respeto por la ley, posibilidades concretas y sustentables de crecimiento y progreso económico, social y cultural, con políticos honestos y probos, con empresarios honestos y probos, con una legislación que no asfixie a los emprendedores, y con un bienestar concreto y real. Pero por ahora, y por muchísimo tiempo, eso pertenece al género de la ciencia ficción, o al de las utopías sociales, que como todas las utopías, son irrealizables.