9.9.06

UN MAESTRO POCO IMITADO

Hace un tiempo cumplí mi deseo de conocer el lugar donde ejerció Sarmiento por primera vez la docencia, contando con sólo quince años de edad.

Esta foto la saqué precisamente en San Francisco del Monte de Oro, una población ubicada en el valle de las Sierras de Michilingüe, al norte de la ciudad de San Luis. Se trata, desde luego, de la primera escuela de Sarmiento.

Para quienes como nosotros, tienen conciencia de nuestra misión y sienten la Educación a flor de piel, es inevitable impedir que afloren el sentimiento y las lágrimas.

En primer lugar impacta la determinación del Sarmiento casi niño, que con sus escasos quince años se dedicó a la labor docente con sus primeros siete alumnos, casi todos ellos mayores que él.

En segundo lugar, impactan la humildísima construcción de barro mezclado con paja y encalada en blanco, con vigas de palos de álamo y techo de paja que también forma un discreto alero, los dos ámbitos minúsculos, de piso de tierra, uno más pequeño que el otro, con la sola abertura de la puerta de ingreso, y el aula, con su puerta y un pequeño ventanuco.

Cualquiera podía suponer con toda lógica, dada la precaria construcción de adobe, que sus primeros alumnos fueron niños y jóvenes de extrema pobreza. Pero el mismo Sarmiento, los menciona en una carta de 1876, dirigida al gobernador Estrada, de San Luis: “Allí en San Francisco del Monte abrí primera escuela con siete alumnos, todos de mayor edad que yo, e hijos, excepto Dolores, de familias acomodadas”

Esto me llamó poderosamente la atención. Desde luego que entendí que en esa época, la ignorancia no era patrimonio de ninguna clase social, pues abarcaba todo el espectro: hijos de hacendados, de gobernantes, de los principales vecinos, y de pobres y menesterosos.

Sarmiento cuenta, casi cincuenta años después, que había hecho esa primer labor docente, a instancias de su tío, el presbítero Oro, “por amor a aquellos de sus feligreses, y de pena de verlos llegar a adultos, jóvenes ricos sin saber leer”

En la misma carta, Sarmiento dice que “Este incidente tan trivial, esta escuelita al aire libre, mientras estudiaba latín, hizo que los detalles prácticos de la enseñanza me fuesen familiares y dio un giro especial a mis ideas”

También la visión de las tropas de Facundo Quiroga contribuyeron por el mecanismo de los opuestos, a definir su labor futura. Dice Sarmiento: “Siempre he pensado, y creo alguna vez escrito, que el espectáculo de tanta barbarie como lo de aquellos llanistas medio desnudos, desgreñados y sucios, me trajo la idea de la educación popular como institución”.

Otro tanto le pasó en Chile, donde funda su segunda escuela tres o cuatro años después. Así comenzó a elaborar su concepto de la enseñanza laica, es decir, abierta, sin dogmas ni discriminación por causa de raza, género, status social, ideología política o religión.

Luego llegarían las lecturas y los viajes, para darle forma definitiva a su concepto de “civilización”: educar al soberano. Condorecet, Montesquieu, Locke, Rousseau, Tocqueville, Horace Mann… Francia, Estados Unidos, Prusia, Suiza, Italia, España, Inglaterra…

Otro tema interesante es el del idioma inglés. Antes de la Constitución Nacional, ya Alberdi sugería que debía ser de aprendizaje obligatorio. En 1860 Sarmiento vincula a Juana Manso con las norteamericanas María y Elizabeth Peabody, quienes le transmiten el ideario del creador de los kindergarten, Federico Fröbel quien también había trabajado y estudiado con Johann Pestalozzi. En 1869 designa a dos docentes norteamericanas para crear un Jardín de Infantes en Capital Federal y contrata a Sara Eccleston. En realidad, trajo más de sesenta docentes norteamericanas, pero fueron ellas las que debieron aprender castellano de manera acelerada para dar sus clases: Mary Gorman, las hermanas Dudley, Serena Frances Wood, Julia Hope, Frances Nyman, entre otras. Sarmiento las había buscado jóvenes, atractivas y de muy buen estado físico "para dar ejemplo a nuestras criollas, tan acostumbradas a estar inmóviles, asistidas por sus servidumbres."

Sarmiento es un personaje que me fascina: polémico, agresivo, contradictorio, vital, vehemente… Alguien que genera adhesiones absolutas y odios viscerales, pero que de ninguna manera puede pasar inadvertido…

En esta época tan individualista, donde “tanto tienes tanto vales”, donde el compromiso cívico no es un valor supremo, donde la política muchas veces es bastardeada por lo que viven de la política, donde muchos viven a la docencia como un trabajo como cualquier otro y no como una misión de vida, no está de más recordar al educador Sarmiento, al estudioso, al que pensaba y transformaba sus ideas en acción, al que lejos de los individualismos y del interés personal, obraba en función de “la posteridad”. Cada vez que leo en algún texto de cualquiera de los próceres que nos precedieron, la palabra “posteridad”, me da vergüenza propia y ajena, porque no estoy para nada seguro de que esa posteridad (o sea todos nosotros), estemos a la altura del esfuerzo que los sarmientos, alberdis, belgranos, morenos y sanmartines hicieron por nosotros, los argentinos actuales.

Por esa tradicional afición a la necrofilia, en vez de celebrar las fechas de nacimiento de nuestros próceres, los recordamos en el día de su óbito.

Por eso en vez del 15 de febrero, “festejamos” el Día del Maestro lejos del recogimiento y admiración que debe inspirar un 11 de septiembre la imagen de un anciano que dio todo por su país, y muere lejos de su patria, tan pobre como había nacido.