24.6.04

EL ASESINATO DE UN MAESTRO

Por Luis Alberto Lecuna

El día previo a las vacaciones de invierno, envié a toda la comunidad educativa una nota titulada "Acerca de ese desprestigiado oficio de ser patriotas".

En ella me refería precisamente a "aquellos hombres de carne y hueso, con fortalezas y debilidades, que fueron fieles a sus convicciones, a sus sueños e ideales..." Se trataba de hombres y mujeres que "no se sabían patriotas, no se sentían como tales. Simplemente cumplían con su deber. No perseguían dinero ni jubilaciones de privilegio ni el aplauso ni el bronce o el mármol. Simplemente tenían ideales comunitarios a los que consideraban más importantes que ellos mismos. Por eso los consideramos patriotas: por pensar primero en el bien común".

Lo que acaba de pasar es algo terrible. No hay peor asesino que quien aún con las manos tintas en sangre y después de haber cometido su macabra acción, desconoce haber hecho lo que hizo.

El país que deploro, ese país mediocre, banal, le ha dado la estocada mortal a uno de los escasos patriotas que tenía, a un patriota que expresamente siempre quiso que cuando muriera solamente se lo recordara como a un simple maestro. No como a un patriota, no como a un excelente ser humano, no como a un sabio y excepcional hombre de ciencias que le había salvado la vida a cientos de personas y brindado a la comunidad mundial un método revolucionario para prolongar la vida de pacientes cardíacos.

Rene G. Favaloro simplemente deseaba que cuando muriera se lo recordara como a un maestro. Tal y tan grande era su vocación docente. Un docente de raza es aquél sin horarios, dispuesto al esfuerzo que no rehuye el sacrificio y la entrega total, un ser con la pasión a flor de piel, un ser ético a carta cabal, porque sabe que es referente de sus alumnos, y porque el ejemplo es la mejor enseñanza.

Las crónicas dirán sobre el contenido de las cartas que dejó, se referirán a los avatares económico y financieros que atraviesan todos los que apuestan a un país distinto, a una Argentina de la que nos sintamos dignos y orgullosos. Esta Argentina me da dolor, me da vergüenza, me provoca indignación y asco.

Por eso, con mi ínfimo granito de arena he tratado durante toda mi vida de luchar día a día por ese otro país que soñaron nuestros próceres fundadores, por ese país mejor que soñó el Dr. Favaloro, por ese país que estoy viendo cada vez más lejano...
Un sarcástico de profesión, dijo alguna vez: "Argentina es el país del futuro... y siempre lo será..."

Acostumbrados a encontrar siempre un "enemigo externo" a quien responsabilizar de nuestras ineptitudes como sociedad, surgirán desde luego presuntos causantes y causales de la muerte del prestigioso cardiólogo.
Yo prefiero decir que "estamos como estamos y nos pasa lo que nos pasa, porque somos como somos".

Favaloro ya no está entre nosotros. Esto significa que el país deseado, la Argentina soñada, se ha alejado aún más... Es doloroso. Es lamentable. Es angustiante. Y esta muerte anunciada y desoída, se provoca en el mismo momento en que se incrementan como nunca las colas frente a las embajadas de países extranjeros... Colas de argentinos que han matado o están matando definitivamente al patriota potencial que tienen adentro, rendidos ante la desazón de un país mediocre que mata a quienes quieren cambiarlo, y antes de morir, prefieren iniciar una nueva vida en el extranjero. Esas largas colas me aterran. Colas de compatriotas muertos en vida, por aquello de que "muertos son los que tienen muerta el alma, y viven todavía..."

Y no es problema de ningún perimido color político: todos, derechosos y progres se hermanan en la misma mediocridad, ya que es la sociedad actual la que votó tanto al gobierno actual como a la oposición, ya que es la sociedad actual la que admite con su inacción extremos que van desde la intolerancia racista hasta la tolerancia inaudita de travestidos con las tetas al aire en la vía pública.

La muerte del maestro me ha cambiado la vida. Me deja perplejo. Me deja vacío. Es al menos para mí, un antes y un después. ¿Tiene que pasar algo más patético para darnos cuenta que hemos tocado fondo? ¿Será posible que un hecho tan trágico para el concepto de patriotismo, un hecho que nos enluta y nos compromete, llegue a pasar desapercibido entre la vorágine de información basura que nos brindan graciosamente muchos medios?
Ya imagino las culpas y reproches cruzados de unos y otros, las expiaciones y los actos y actitudes vindicatorias tardías que desde luego no nos traerán a la vida al maestro Favaloro. Hagámonos cargo alguna vez en la vida, señores: todos han matado al maestro.

El país que sólo sabe agitar la bandera nacional cuando juega la selección de fútbol, y que canta el himno con la voz escasa y apagada, el país que no usa cinturón de seguridad y cruza las calles por la mitad de cuadra, el país de corruptos de uno y otro signo político, el país de las prebendas y negociados, el país del "sálvese quien pueda", el país que piensa que "la única salida es Ezeiza", el país que no apoya a las PyMes y emprendimientos privados como el de Favaloro, el país que hace que hayan desaparecido infinidad de escuelas privadas, de empresas, de fuentes de trabajo, el país que está accediendo a este mundo globalizado pletórico de oportunidades con la cabeza agachada, acaba de matar a uno de los escasísimos patriotas que le quedaban y luchaba desde su trinchera por una Argentina mejor.