Si tuviéramos una visión reduccionista, podríamos suponer que el trabajo es importante por ser la fuente de creación de la riqueza. Pero el trabajo significa mucho más, porque mediante él podemos aspirar a la posibilidad de realizarnos como personas concretando muchas de nuestras aspiraciones, llevar adelante una familia, convertirnos en seres sociales, en ciudadanos, y encaminarnos al logro de una mejor calidad de vida para nosotros y quienes dependen de nuestro esfuerzo laboral.
Pero en este nuevo siglo, el trabajo humano tal cual lo hemos conocido, especialmente el trabajo manual, tiende a desaparecer. Las premoniciones ficcionales de escritores como Julio Verne, han pasado al plano de lo real. Por caso, para abaratar los costos, en buques factorías absolutamente tecnificados, equipados con robots inteligentes, se van construyendo durante el recorrido por aguas internacionales para no pagar impuestos, los automóviles que serán vendidos en los puertos de destino, a precios altamente competitivos.
Jeremy Rifkin en su libro "El Fin del Trabajo", afirma que en un futuro no muy lejano, sólo el 2% de la población laboral activa mundial actual, será el número suficiente como para abastecer con su trabajo manual a la totalidad de la población mundial. En este marco, solamente tendrían posibilidades de insertarse socialmente, de aspirar a su realización individual y colectiva, aquellos que tengan la posibilidad de ponerle valor agregado a su trabajo. Esto es, desarrollando capacidades, talentos, y adquiriendo la mayor cantidad y calidad de destrezas.
Aquel mundo predecible de hasta hace un par de décadas atrás, cuyos conflictos se solucionaban echando mano a fórmulas preestablecidas, ya no existe más. Nuestras viejas certidumbres de nada sirven para resolver las nuevas incertidumbres que nos plantea la vida cotidiana.
Y es menester hablar claro en una época en que las palabras parecen estar gastadas: a la luz de cómo están siendo formados en la actualidad, y del perfil que ya vislumbramos se irá requiriendo en el mundo del trabajo, la mayoría de los actuales alumnos –futuros ciudadanos– están condenados de antemano al desempleo o el subempleo. Las consecuencias psicológicas, sociales, económicas y culturales de esta situación son impredecibles.
Pero a no desesperar ante la contundente irrupción de la máquina que reemplaza al trabajo humano... Podemos contar con las armas apropiadas para combatir esta ignorancia funcional a la que nos está conduciendo la realidad. Y estas armas que debemos utilizar con carácter de urgencia no son otras que las que nos brindan las nuevas tecnologías. Porque afortunadamente existe una paradoja. Los recursos tecnológicos, por un lado, quitan fuentes de trabajo. Pero por el otro, son los únicos que pueden ayudarnos a evitar la exclusión de las grandes mayorías.
El analfabetismo funcional de los educadores, superados por los avances del saber, por nuevos contenidos y disciplinas, por mejores recursos y estrategias para educar, no puede superarse con métodos tradicionales. Urge capacitar a los docentes en general, y a los educadores infantiles en particular, y está claro que es imposible hacerlo al viejo estilo, haciendo todo de forma presencial, con tiza y pizarrón. Disponemos de otros mecanismos de capacitación masiva en la era digital, para distribución y almacenamiento de bits, para acceder a nuevos contenidos, para aprender nuevas estrategias. Contamos con recursos multimediales e hipertextuales, con la posibilidad de la interactividad, con la comunicación virtual sincrónica y asincrónica que elimina las distancias. Y todos estos recursos, unidos e interrelacionados, permiten la capacitación virtual, que no es otra cosa que la fabulosa posibilidad de cumplir aquél utópico ideal pansófico de Comenius, de "enseñar todo a todos".
La historia de los pueblos latinoamericanos es la historia de los sueños inconclusos, de las ilusiones eternamente postergadas. Una patética admonición dice: "Latinoamérica es la región del futuro... y siempre lo será", como queriendo significar que los ideales de los próceres que nos precedieron nunca serán concretados.
A lo largo de los últimos siglos, sometida al vaivén de los poderosos de turno, Latinoamérica no ha podido concretar sus ideales de progreso y mejora de la calidad de vida de sus habitantes. Como países periféricos alejados de los centros de poder y decisión mundial, las naciones que la constituyen enfrentan el ineludible desafío de diseñar y concretar finalmente su propio destino, de integrarse a este nuevo siglo con posibilidades ciertas de desarrollo y bienestar.
La idea de una Latinoamérica unida y soberana está aún vigente en la prédica de sus prohombres y libertadores, en todos aquellos que vieron en la educación de sus pueblos la llave para alcanzar la soberanía política y económica, la independencia cultural y la justicia y equidad social.
En este primer siglo del nuevo milenio, el incorporar las nuevas tecnologías al proceso de enseñanza y aprendizaje debe ser considerado un derecho inalienable, un derecho humano imprescindible si es que efectivamente pretendemos un mundo más justo y solidario. No se puede concebir una Latinoamérica próspera, sin autodeterminación política y económica, sin mercados eficientes y competitivos, pero tampoco sin la implementación de los recursos tecnológicos que contribuyan a expandir la capacidad humana.
Sabemos que la escuela, como artificio inventado por los adultos desde la época de Amos Comenius y su "Didáctica Magna", no ha logrado cumplir su objetivo de ser transformadora social, insertando a sus egresados como protagonistas activos del cambio hacia una sociedad mejor para todos y no para unos pocos.
La escuela (instrumento político si los hay), no ha estado a la altura de su misión. Unas reformas educativas se fueron sucediendo a otras, pero el cambio buscado no se ha producido... La escuela no logrará su misión, no alcanzará su objetivo de transformación, en tanto y cuanto siga existiendo la postergación social y económica de los pueblos.
Las mejoras propulsadas a partir de alianzas estratégicas entre organizaciones gubernamentales y no gubernamentales deberían ser la clave para que el esfuerzo conjunto desemboque en los ahora cada vez más lejanos objetivos de mejora sociocultural y socioeconómica.
Inútiles y prescindibles son los resultados de muchas "evaluaciones de la calidad educativa", toda vez que mensuran (y generalmente sólo lo memorístico en desmedro de otras tecnologías del intelecto) solamente a los alumnos y no a los docentes, dado que éstos son los principales protagonistas del cambio en cuanto deben preparar apropiadamente a sus estudiantes para el mundo del futuro. Más inútiles aún, si las "evaluaciones" se basan en parámetros que de ningún modo ponderan las destrezas, capacidades y talentos imprescindibles para tener una expectativa de éxito en un futuro próximo, cuando el hoy alumno, pretenda integrarse al difícil mundo laboral que le espera.
Un docente que no domine recursos tecnológicos que cambian y se perfeccionan constantemente, no maneje idiomas (en nuestro caso, inglés, portugués, castellano), no se actualice constantemente en recursos pedagógicos y técnicas de enseñanza, es como dijimos, un "analfabeto funcional", un iletrado del nuevo siglo que mal puede contribuir a la formación de los nuevos ciudadanos. Ningún cambio será posible sin una alta profesionalización docente.
Del mismo modo que existe un currículo formal (escrito), un currículo real (los contenidos que se enseñan), y uno oculto (todo lo que se enseña y se aprende sin estar escrito), también los docentes tienen una formación formal (los contenidos programáticos que figuraban en las materias de su carrera docente, muchos de ellos ya perimidos), una formación real (lo que se les enseñó y realmente aprendieron, en su gran parte obsoleto), y una formación oculta (todo lo que no está escrito, pero forma parte efectiva de su formación o deformación profesional, de sus esquemas mentales, de su idiosincrasia, de su impronta personal.
En las últimas décadas, dado que dentro del espectro de profesiones, la docencia no es la más “apetecible”, no han sido precisamente los mejores alumnos egresados de la enseñanza media los que eligen seguir la profesión de educadores: generalmente los alumnos con los mejores promedios optan por otras carreras liberales con predominio de las comerciales. La mayoría de quienes ingresan a la carrera docente lo hacen o como "aves de paso" hacia otra carrera, o para quedarse, pero en ambos casos para tener la posibilidad de un empleo generalmente mal pago pero seguro, con ciertas características que otros empleos no tienen, como los mayores períodos vacacionales, la posibilidad de trabajar medio turno, y otros beneficios sociales y mutuales.
Por otro lado, muchos padres y docentes, protagonistas de una alianza educacional que cada vez es más endeble, son sensible y contundentemente superados por otros "educadores" que no precisamente inculcan en niños y adolescentes valores humanos positivos, sentimientos de pertenencia e identificación nacional y regional, y a aprehender su propia cultura. Tal el caso de los contenidos que brindan muchos medios gráficos, orales y audiovisuales, especialmente la radio y la TV, excelentes elementos de transculturación, que sólo priorizan el rating y las ventas, pero que a la vez someten a la audiencia a una alocada carrera cuyo resultado no es otro que la medianía intelectual.
Aunque cambiar la escuela y sus determinantes duros (gradualidad, rigideces, simultaneidad, etc.), sea casi imposible, nos queda al menos la posibilidad concreta de reformular y reformar la educación para hacer de ella un instrumento liberador de las miserias físicas y morales que se despliegan de forma alarmante sobre nuestras sociedades.
Y si bien la punta del ovillo del cambio para la transformación es la escuela infantil, también es cierto que al hablar de educación no nos referimos exclusivamente a las escuelas sino también a las instituciones de todo tipo: políticas, sociales, comunicacionales, deportivas, y a la cultura en general.
Hoy en día, equidistante de la visión conductista del "docente como eje del acto educativo" y de ciertos excesos de una concepción centrada en el alumno (con el docente como "facilitador del aprendizaje"), la multíada integrada por el alumno, el docente, la familia, y los recursos didácticos en átomos y bits, constituyen el marco educativo.
Pero sin saber manejar los nuevos recursos tecnológicos, que ofician de excelentes catalizadores y optimizadores del proceso de enseñanza y aprendizaje, sin saber desarrollar las capacidades y talentos que todos los niños tienen, sin enseñar múltiples destrezas, nuestros docentes seguirán siendo en vez de ejes y propulsores del aprendizaje, ejes y propulsores de la ignorancia y la frustración.
Es conocido a modo de ejemplo contundente, el concepto de Seymour Papert, cuando dice que si ahora mismo resucitaran un médico, un ingeniero y un docente del siglo diecinueve, los dos primeros no podrían trabajar, dados los increíbles adelantos evidenciados en ambas profesiones. Sin embargo, y como palmaria prueba del atraso existente, el maestro redivivo podría continuar con sus clases y asignaturas, como si nada hubiera pasado... La educación se quedó en el tiempo y la herramienta tecnológica es el medio masivo para acceder a nuevos saberes y recuperar raudamente el tiempo perdido.
El "miedo al cambio" típico de los esquemas mentales perimidos, más la imposibilidad económica de acceder a las herramientas tecnológicas, conspiran contra esta impostergable necesidad de incorporar sin más dilaciones las nuevas tecnologías al proceso de aprendizaje de alumnos y docentes. Del mismo modo que la aparición de la escritura fue una bisagra en la historia de la humanidad, otro tanto está pasando con la hipertextualidad que nos ofrecen los recursos multimediales y telemáticos.
Está absolutamente comprobado que docentes pertinentemente capacitados en el uso de herramientas tecnológicas, convenientemente actualizados en la aplicación de nuevos lineamientos pedagógicos y recursos didácticos, adiestrados en la implementación de tecnologías y herramentales de management educativo, pueden con óptimas garantías propulsar el desarrollo cualitativo de sus alumnos, propiciando una formación sólida, sustentable en el tiempo, y de alto grado de logros, tal cual lo confirman sólo algunos centros educativos de verdadera excelencia, que ya se han incorporado decididamente a esta revolución educativa que nos ofrece un futuro que literalmente ya ha comenzado.
La labor de padres y docentes debe ser complementaria y sinergizante, y se concretará eficazmente a través de la telemática. Tenemos frente nuestro un arma poderosísima, sorprendentemente libre y anárquica, que adecuadamente utilizada (especialmente en la capacitación virtual de padres y docentes), puede transformar espectacularmente las condiciones de dependencia de nuestros pueblos.
La democratización del saber, la democratización de la inteligencia que pregona el venezolano Luis Alberto Machado, finalmente puede y debe concretarse a partir de un adecuado sistema de intercomunicación digital y con la educación virtual de los docentes. Cientos de miles de docentes deben capacitarse y actualizarse permanentemente para estar en condiciones de colaborar eficiente, eficaz y efectivamente en la formación integral de sus alumnos. Y para ello, la enseñanza virtual es la solución más concreta, práctica, económica y democrática, al brindarnos la posibilidad de llegar a todos simultáneamente, de proveer una capacitación apropiada según las necesidades de cada docente y de cada región.
En plena crisis de la pedagogía moderna, ya se ha iniciado una dramática transformación de la enseñanza y el aprendizaje. Una verdadera revolución cultural en la cual debemos necesariamente involucrarnos no como meros espectadores sino como activos protagonistas del cambio.
Desde luego que si nuestros gobernantes no asumen el liderazgo político de transformar realmente el instrumento político y de cambio social por excelencia que es la educación, correrán el serio riesgo de comprar los nuevos "espejos de colores", representados por rimbombantes ofertas de capacitación virtual docente que no son otra cosa que un negocio más para los proveedores de máquinas, cursos y software, que anunciarán un cambio que no es otra cosa que mero gatopardismo, más de lo mismo, más obsolescencia, en nuevo envase digital. La revolución educatiuva d ela que hablamos no se refiere solamente al continente (nuevas tecnologías de la información y la comunicación), sino y fundamentalmente de destrezas, técnicas, contenidos y herramientas que aún la docencia no ha incorporado a su dominio.
La transformación debe apuntar a algo terriblemente difícil de implementar; a un cambio cultural, a un verdadero cambio de esquemas mentales de nuestros docentes, generar la cultura de la auto-capacitación continua, pero es importante recalcarlo, con contenidos que efectivamente sean transformadores.
Dada la tremenda y decisiva significación que tiene en el futuro de las personas su formación inicial, no cabe duda que esta revolución educativa debe comenzar en la escuela infantil y con los educadores infantiles.
En la Educación virtual y continua de nuestros educadores infantiles, está la clave de los próximos tiempos, está la puerta de acceso a un futuro mejor, está la esperanza de sociedades más justas, conformadas por ciudadanos libres.
06/11/09
Hace 15 años.