24.6.04

¿QUIÉN SE EQUIVOCÓ?

Por Luis Alberto Lecuna

Estamos en 1990. Guillermo y Matías no se conocen, pero tienen varias cosas en común. Ambos nacieron en Argentina, ambos tienen la misma edad, ambos dicen amar a su país, ambos poseen una pequeña fortuna, ambos disfrutan del futbol criollo, ambos son afectos al dulce de leche, a los alfajores marplatenses, al mate bien cebado y a los buenos asados.

Después del patético final del gobierno de Alfonsín, de la hiperinflación, de las esperanzas incumplidas, del vacío institucional, de la excelente retórica pero pésima administración radical ("Con la democracia se come, se educa, se cura"), de las claudicantes "Felices Pascuas, la casa está en orden", de ese sentimiento de "país a la deriva", surge la Era de la Convertibilidad, con la promesa de un nuevo país con moneda fuerte, con estabilidad, con un futuro predecible y con atisbos de primer mundo, en el que cada uno iba a poder "proyectar su futuro".

Guillermo apostó a ese nuevo país. A una nueva Argentina, justa, solidaria, ética, confiable... Y como siempre había leído y escuchado que "la clave de la transformación social, política y moral de una sociedad está en la educación", decidió poner su granito de arena por su patria y construir un colegio, diseñando un proyecto pedagógico de avanzada, acorde con la expectativas de un mundo en constante cambio.

Matías por su parte, que no había sido educado en conceptos idealistas tales como "patriotismo", "sentido de pertenencia", "amor al país", e "identidad nacional", siguió con sus actividades empresariales familiares, pero no reinvirtió un solo peso ni se modernizó. Simplemente continuó manteniendo su fortuna en una cuenta off-shore de un banco extranjero ubicado en Bahamas, y mes a mes, fue girando remesas de dólares fruto de las utilidades de su emprendimiento comercial.

Guillermo, con toda su economía en blanco, nunca dejó de ser hostigado por la AFIP (Administración Federal de Ingresos Públicos), ya que es uno de los escasos 200.000 grandes contribuyentes que cumple con sus obligaciones impositivas, y como es de los que pagan, obviamente está registrado y constantemente "bajo la lupa".

Matías, con buena parte de su economía en negro, no sufrió nunca el acoso de la AFIP, a pesar de ser uno de los millones de empresarios que siempre eludieron al fisco.

Hacia 1997, cuando las cosas comenzaron a complicarse económicamente, Guillermo decidió redoblar su esfuerzo, y solicitó un crédito bancario para seguir adelante con el colegio, mantener el nivel de sueldos y apostar al crecimiento de la población escolar.

Matías en cambio, decidió trasladar su empresa a Brasil, donde tenía una serie de ventajas impositivas y menores complicaciones en materia laboral, en un país que no tiene como Argentina tantas "conquistas sociales". Se las ingenió para que el traslado a tierras cariocas significara la menor erogación posible, eludiendo con un sutil vaciamiento empresarial, las demandas de sus operarios que tras cartón, se incorporaron a la creciente fila de nuevos desempleados.

Desde 1999, Guillermo tiene una gran preocupación, porque ve con angustia cómo esa Argentina soñada, se desdibuja día a día. Uno tras otro, al igual que innumerables pequeños y medianos emprendimientos, los colegios privados también van desapareciendo. Nada le garantiza que él no vaya a ser el próximo en caer. Los padres están cada vez más complicados en sus economías, y la única fuente de recursos con que cuenta el colegio son los aranceles que abonan las familias. La población de la escuela va mermando en vez de crecer, debido a la diáspora: padres que se van a vivir al extranjero y padres que cambian a sus hijos a colegios públicos, porque no pueden afrontar el costo de una escuela privada como la de Guillermo.

Desde 1999, Matías tiene una gran preocupación, porque luego de apelar a sus ancestros y tramitar la ciudadanía de la Comunidad Económica Europea, las terribles discusiones con su esposa e hijos son sobre dónde irse a vivir: si Ibiza o Florencia o Miami.
Mientras tanto, y para calmar los nervios familiares, sus dólares siguen creciendo en el banco off-shore en una cartera sabiamente administrada por su eficiente e informado encargado de cuenta.

A fines de 2001, Guillermo, como tantos argentinos que echaron sus raíces en Argentina y apostaron a su país, se encuentra ante una nueva injusticia: el dinero que tenía el colegio para afrontar parte de las erogaciones salariales del verano, le es retenido por un nuevo invento: el "corralito".

A fines de 2001, Matías tiene nuevas oportunidades de negocios. Sus dólares, seguros fuera del país, no están "acorralados" en Argentina. Pero sabedor de que "crisis equivale a oportunidad", alquila una pequeña oficina en el microcentro porteño y pone una "mesa de dinero" semiclandestina, donde compra y vende dólares, ofrece dinero en efectivo a cambio de dinero del "corralito", previo importante descuento que desde luego linda en la usura. Mucha gente, desesperada, ante la incertidumbre que le plantean gobierno y entidades bancarias, se desprende del dinero del "corralito", de parte de sus ahorros de toda una vida de trabajo, al percibir una cifra significativamente inferior.

En 2002, Matías y Guillermo están viviendo dos realidades diametralmente opuestas. Matías, que finalmente vendió su fábrica brasileña, incrementó notablemente su patrimonio en dólares. Guillermo en cambio, tiene una deuda hipotecaria con el banco (que por otro lado ha sido el único que ganó con el colegio en estos diez años), y como en el verano el "corralito" le secuestró su propio dinero y no pudo afrontar pagos de salarios, algunos docentes avalados por avezados abogados especialistas en carroña, le iniciaron demandas por "considerarse despedidos", en las cuales le reclaman al colegio el oro y el moro, apoyados por leyes laborales argentinas que favorecen decididamente a los empleados, y colocan a instituciones como su escuela en un absoluto estado de indefensión jurídica.

Diez años atrás, ambos tenían una pequeña fortuna.
Hoy, la realidad de Guillermo está poblada de problemas, angustias, ingratitudes, demandas, juicios laborales, y deudas impositivas e hipotecarias que se acrecientan día a día. Si el país sigue su estrepitosa caída, si los padres del colegio siguen deteriorándose en sus economías, y si cada vez son menos las familias que pueden acceder a una educación de excelencia, el colegio de Guillermo será tarde o temprano y muy a pesar de su propuesta de excelencia y sus logros académicos, uno más de los ochenta y pico de instituciones educativas porteñas que habrán caído en estos cuatro años de recesión, junto a miles y miles de PyMes, en esta tierra de las promesas incumplidas.
De ser así, no sólo habrá perdido Guillermo y su familia aquella pequeña fortuna de 1999, sino también sus ilusiones, sus esperanzas, sus sueños e ideales.

La realidad de Matías (que no fue educado en conceptos como "solidaridad", "identidad" y "pertenencia"), le muestra un futuro acomodado, en el que su "pequeña" fortuna de 1990 se ha transformado ahora en una "considerable" fortuna.
Su único drama es no haber decidido aún si quedarse o irse a vivir afuera. Es que más allá de los reclamos de mujer e hijos de vivir en algún lugar del "first world", este gobierno tan contradictorio, con tantas idas y venidas, con un dólar que en cualquier momento se va a cinco pesos, le está augurando nuevas y excelentes oportunidades de negocios para seguir especulando y acrecentando su riqueza...

Guillermo dice amar a su país y fue fiel a sus ideales.
Matías dice amar a su país, y fue fiel a sus ideas.


¿Quién se equivocó?