Por Luis Alberto Lecuna
Si quince años atrás me hubiera pasado lo mismo que me sucedió hace unos días, seguramente mi estado de ánimo sería terrible: estaría furioso, con una bronca incontenible, y lamentando permanentemente el hecho y sus consecuencias: la pérdida de algo muy valioso tanto en afectos como en lo económico. Sin embargo, me pasó en el 2004, y mi estado de ánimo -paradójicamente- es de alegría.
Estoy contento simplemente porque "sólo" me robaron el reloj y se rompieron mis anteojos. ¿Qué hubiera pasado si hubiera podido esquivar la trompada y luchado contra el asaltante? ¿Y si éste estaba armado y drogado? Y si yo lo hubiera dominado y respondido a su agresión... ¿Qué hubieran hecho los otros tres secuaces que lo esperaban sobre la vereda de enfrente, en dos motos -encendidas- dispuestas a salir a contra mano?
Estoy feliz porque no me hirieron de gravedad, porque no me mataron. Había ido con mi madre a comprar al supermercado, estacioné el auto, y cuando estaba con las manos ocupadas con las bolsas apareció por detrás un individuo que se abalanzó sobre mí y cuando giré sorprendido, me dejó medio grogui con una trompada en la cara que no alcancé a esquivar del todo, cayéndome en la calle con él encima, hasta que logró arrancarme, de un violento tirón, mi reloj de acero.
En el ínterin, mi mamá, de setenta y cinco años y con un marcapasos, se tiró sobre el arrebatador mientras gritaba a viva voz, alertando a los vecinos que iban apareciendo. Esa acción temeraria de mi madre y la presencia de gente que se acercaba, hizo que el sujeto abandonara su intento de seguir buscando más cosas para robarme, incluyendo el buzo que tenía puesto y no pudo sacarme. Esto que relato en varios renglones, duró unos escasos segundos.
Recordar el episodio a la luz de las consecuencias, hace quince años, me mortificaría. Hoy me produce alivio porque estoy vivo. Esta diferencia de sensaciones es la medida exacta del clima de inseguridad que se vive en Buenos Aires.
Los medios de comunicación muestran las facetas de la inseguridad: una empresa fabricante de puertas blindadas promociona en "CNN en español" su producto apelando al miedo, diciendo el locutor, a la par que se muestra un cómic con asaltantes dentro de una casa: "usted puede ser la próxima víctima si no instala una puerta de seguridad marca tal" La pantalla de Crónica TV abunda diariamente en títulos escritos en letras catástrofe de color blanco sobre fondo rojo cosas tales como "Fusilaron a un vecino que se resistió a ser asaltado". Títulos que no son ajenos a ningún argentino, porque algún familiar, conocido o él mismo, ha sido víctima de la inseguridad en que se vive.
Cualquiera está potencialmente en riesgo de ser asaltado, robado, secuestrado o asesinado. Alguien, irónicamente, ha dicho que vivir en el siglo XXI es una propuesta obligada de ser protagonistas de "turismo aventura", porque uno no sabe lo que le puede pasar en los próximos minutos.
Este tipo de inseguridad se ha incrementado de modo alarmante en la Argentina del default. Esta inseguridad va de la mano de la degradación cultural y educativa, de la pobreza extrema y del desprecio por la vida humana.
Argentina es un país que, si bien presenta en los últimos tiempos variables macroeconómicas interesantes y un buen nivel de recuperación, está aún lejos de ingresar en la senda del crecimiento sostenido, de la mayor calidad de vida para su población, y la inseguridad junto a la corrupción estructural, son quizás los más brutales termómetros para medir la realidad.
Es verdad (y en hora buena) que el crecimiento del nivel general de empleo y desempleo en el último año ha sido muy fuerte porque se han creado más de un millón de puestos de trabajo. Es verdad que se ha superado el pactado superávit fiscal primario acordado en el 3%; es verdad que ha crecido el nivel de actividad económica de un modo impresionante, pero también es cierto que se vive en un equilibrio inestable por razones propias y ajenas: por un lado la posibilidad real de que se incremente el precio de la nafta, de que no exista un suministro adecuado de gas, con las consecuencias lógicas que esto causaría en la economía familiar y de las empresas; de que el boom de la soja está supeditado a la actitud de los compradores (por caso China está desacelerando su crecimiento), y signifique problemas a futuro (monocultivo y falta de productos exportables con alto valor agregado; por el otro, una variable que no maneja Argentina: el alza de la tasa de interés internacional que puede provocar el aumento del costo de vida, disminución del empleo, y una mayor desaceleración de las inversiones extranjeras, que actualmente están en toda Latinoamérica en uno de los niveles más bajos desde 1998.
Ni hablar de la deuda externa impagable, y de la deuda social interna, que es la parte del iceberg que ahora empieza a manifestarse, por ejemplo, con la mayor falta de seguridad.
Otro dato interesante es que Kirchner gobierna con un estilo muy particular, con un minucioso control de los medios de comunicación en cuanto son los formadores de opinión, e implementando en su estilo de conducción algo que lo emparenta con otros ex mandatarios: la utilización del recurso de generar innumerables decretos de necesidad y urgencia a pesar de contar -el justicialismo- con mayoría en el Congreso.
Y aunque suene tirado de los pelos, si hurgamos entre las causas de esta inseguridad en Argentina, el Fondo Monetario también tiene su parte de responsabilidad al favorecer durante una década el desastre que sobrevino después de haber apoyado por acción u omisión el endeudamiento externo a altas tasas de interés, una distribución en absoluto equitativa del ingreso, y por no haber supervisado el destino de estos préstamos en un país en el que se fue destruyendo la industria nacional y se mal administró con un gasto público desmedido que contribuyó al default y la bancarrota después de la fiesta menemista.
La inseguridad en este nuevo siglo es un dato más de la realidad, una característica que se observa en un mundo convulsionado por diversas causas. Argentina ingresó en la década pasada en otro tipo de inseguridad: la inseguridad masiva y globalizada. El atentado a la Embajada de Israel y a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), incorporó de manera brutal a nuestro país en esta eterna lucha entre dos concepciones de la vida y del mundo que quizás se remonten a tiempos pretéritos, batalla de Lepanto incluída. El ingreso de Argentina al contexto de la inseguridad global mundial fue un macabro preludio al 11 de septiembre en Nueva York.
La política llevada adelante tanto por el gobierno encabezado por George Bush como por el del primer ministro israelí, Ariel Sharon, es no sólo de respuesta a las agresiones, sino de la "toma de iniciativa" en lo que se ha dado en llamar con nuevas terminologías como "guerra preventiva" y "efectos colaterales no deseados", entendiéndose por estos últimos, por ejemplo, el ataque indiscriminado de helicópteros israelíes contra una manifestación de civiles palestinos desarmados, la demolición de hogares de inocentes en busca de túneles tan creíbles como las armas de destrucción masiva que aún no se han encontrado y fueron el justificativo de la invasión a Iraq, o el bombardeo a una fiesta de casamiento con el saldo de más de cuarenta palestinos muertos. ¿Qué sentimiento pueden tener esta gente hacia Israel y EE.UU. sino el del odio más recalcitrante?
Mientras haya marginación, pobreza extrema, y "guerras, ocupaciones e invasiones preventivas" con muerte de inocentes, toda política de seguridad que se quiera implementar en el mundo, será siempre vulnerada y fracasará estrepitosamente.
Este mundo globalizado por los medios de comunicación recibe al instante en imagen y sonido todo lo que pasa, toda la violencia del lugar de donde provenga, ya sea la de los que con diecinueve pasajes de avión, recipientes con gas de defensa personal y unos cuchillos de cortar cartón, provocaron la ominosa masacre de las Twin Towers, como la violencia injustificable de muerte de inocentes en la ocupada Iraq o en los campos de refugiados de Gaza. No por nada el nivel de apoyo y credibilidad a la gestión Bush (41%), está en su nivel más bajo desde que asumió la presidencia. No por nada Bush redobla la apuesta e instala el concepto de miedo e inseguridad como un argumento poderoso para que el pueblo norteamericano siga apoyando esta acción bélica que contribuye a que el mundo sea día a día cada vez más inseguro.
La mayor amenaza que enfrenta hoy occidente es la posibilidad de un ataque con armas de destrucción masiva: químicas, biológicas o nucleares. La destrucción masiva fue un "recurso" iniciado en las guerras mundiales, y alcanzó su paradigma en Hiroshima y Nagasaki. Se estima -por ejemplo- que en Vietnam se arrojaron sistemáticamente, en más de seis mil misiones aéreas, más de setenta millones de litros del "agente naranja", un herbicida con dioxina, que es un compuesto cancerígeno que puede permanecer activo durante décadas. Y lo más terrible es que Bush tiene razón.
La posibilidad de un ataque masivo en el propio territorio estadounidense se ha comprobado que es una realidad que avala el sentimiento de inseguridad. Parece ser que Abdul Qadeer Khan, pieza clave para que Pakistán cuente con armas nucleares, desarrolló una organización multinacional que fabricaba bombas atómicas. Además, ¿cuál ha sido el destino de las bombas y del recurso humano, el know how que fabricó las bombas nucleares en la ex Unión Soviética? ¿Cuál fue el destino de las dos barras de combustible nuclear de un reactor que desaparecieron hace un tiempo en Vermont (EE.UU)? ¿En dónde están los cientos de misiles de largo alcance ucranianos que existían antes del colapso del comunismo ruso? ¿En dónde está y qué estará planificando Bin Laden?
Con mi amigo el desaparecido, pero siempre presente, filósofo argentino Jaime Barylko, solíamos hablar de los valores humanos. Y él me hacía notar que la palabra "disvalor" no existe, y por ende no figura en el diccionario de la Real Academia Española. Lo que existen son los valores humanos, positivos o negativos. Por eso siempre insisto con mis alumnos que cuando hablamos de valores humanos debemos decir "valores humanos positivos".
Me llevó cinco años estudiar y saber cuáles son los valores humanos positivos, a través de comparar distintas visiones del mundo, religiosas o no, pero sustentadas todas en la ética, para llegar a la sencilla conclusión de que existe un solo valor humano positivo del cual se desprenden otros tres, de los cuales derivan todos los demás valores humanos positivos. Y ese valor, antítesis de la violencia que lleva a la inseguridad, es el amor. También es amor el perseguir la rectitud, la búsqueda de la verdad, y el bregar por la paz. De estos cuatro valores humanos positivos (Amor, Paz, Rectitud, Verdad) surgen todos los demás. Si todos los humanos nos manejáramos con estos cuatro valores, otro sería el presente del mundo, otro el accionar de la ONU, otro el accionar de los países hegemónicos, otra la realidad de los países emergentes, otra la calidad de vida de la gente.
Mientras la violencia de arriba o de abajo, justificable o no, sea el parámetro y la herramienta para resolución de problemas, el futuro seguirá siendo cada vez más impredecible y el mundo más inseguro. La violencia engendra violencia, y el amor, amor.
Es la eterna dicotomía que signa la historia de la especie humana, sus más grandes logros, y sus más terribles fracasos: Eros -Thanatos, Vida - Muerte. Y mientras los que manejan los hilos del mundo prefieran Thanatos a la solución pacífica de los conflictos, asumamos que nuestro futuro y el de nuestros hijos estará signado por todo tipo de inseguridades.
06/11/09
Hace 15 años.